Ven
* Ven, sube* – dijo ella viéndome a los ojos.
*Hoy no te quiero* – dije mientras subía – *está húmedo*.
*Porque te quise ayer* – dijo tomando mis manos entre las suyas.
*Y mañana no te querré* – murmuraron mis dedos a sus oídos.
*¡Para! Haces cosquillas a mi corazón* – decía entre risas – *porque hoy te quiero*.
*¿A dónde iremos?* – dije.
*A donde quieras, ya llegamos* – una sonrisa se dibujaba en sus ojos.
*¿Tan tarde?* – dije con vehemencia.
*Si, la luna me distrajo*.
*¿Y qué hiciste?* – repliqué ante tal querella.
*Apagué el foco*.
*Hiciste bien, yo hubiera hecho lo mismo, dormir. Por eso te quise ayer*.
Continuamos viajando, su corazón comenzaba a secarse por el silencio, ya no estaba húmedo como cuando mañana nos subimos.
*Te quiero, ¿sabes?* – mordí mi labio intentando sangrar mi boca y juntar mi crúor con el de ella.
*No, ¿en serio?* – pensó socarronamente.
*42* – qué más podía decir, sino la verdad. Aunque ella ya la sabía, vivía en ella.
Tomé su mano entre las mías nuevamente, sentía se repetía todo, no quise hacerle cosquillas a su corazón de nuevo, pero quería decirle que mañana no la querría. Cuando se ríe se nubla todo. Es como si sus dientes me cegaran, ¿sería su pasta de dientes o la luna reflejada en sus caries?.
*Con que esto es el amor* – pensó – *¿Tú crees?* – preguntó cuestionando si mí sumisión era atada por sus palabras o mi misión por mis sentimientos.
*Detente* – inferí que decían mis palabras – *aquí y ahora*.
El mundo dejó de dar vueltas, su corazón se detuvo.
*No mueras* – espeté con mis palabras su pensamiento – *no más*.
Descendí de su corazón, me acerqué al suelo y palpé con mi oído la tierra, sintiendo el pasto hacerle cosquillas a las ideas.
*Sí, aquí no es* – dije mientras sacaba una pala de mi bolsa.
*¿El cementerio?* – dijo con hilaridad.
Continué cabando, ignorando sus ideas que impedían la tierra saliera del agujero, pisaban todo lo que tocaba. Por fin logré llegar al fondo del asunto y paró. Saqué aquél anillo redondo que mí madre había guardado para este momento.
*Redondo* – pensé mientras lo retiraba de las manos largas y delgadas de mi madre muerta – *¿Por qué redondo?* – pregunté a mi madre.
*Pregúntale a la mantarraya* – dijo mientras volvía a cerrar los ojos.
Salí acostado de aquél agujero cuadrado, intentando no perder la pala.
*Aquí está* – le grité, mientras me paraba de cabeza – *Has lo mismo* – le dije, al momento que ella tomaba asiento – *Bien, ahora dime* – mientras mis deditos pisaban el pasto acercándose a ella – *¿Quieres pasar el resto de tus días dentro de tí?*.
“¿Cabrás?” – decía mientras ambos nos subíamos de nuevo en aquél vehículo ahora mojado.
*Creo, deja me estiro*.
*Tendré que preguntarle a la mantarraya* – suspiró entre olvidos.
Viajamos nuevamente, su boca en mi cuello, su cabeza entre mis brazos. Hasta que llegamos a la mantarraya después de días que volaron sin pasar.
*Disculpe, quisiera darle esto a ella, ¿lo aprueba?* – titubearon mis manos hasta que cayeron al suelo, abriéndose como conchas en el mar.
*¡Oh, es redondo!* – dijo con estupefacción.
*¿Eso es un no?* – pregunté dudando de si volaba o flotaba la mantarraya.
*¡Es redondo!* – volvió a decir.
*Ooook, gracias* – dije con resignación mientras me alejaba, olvidando mis manos en el suelo. Al recordar que olvidé recordar, volví.
*¡Es redondo!* – volvió a decir.
Recogiendo mis manos con los pies las puse en su lugar. Mi boca dubitativa se estremecio al sentir los labios de ella.
*Hasta que la muerte los junte y el amor los separe* – dijo mi madre.
*Puede besar a la novia* – dijo la mantarraya.
*Los declaro ama y esclavo* – dijo la luna.
Subimos ambos y nos fuimos, recordando que habíamos olvidado volver. Ahora estabamos perdidos el uno en el otro. Ojalá algún día empezaramos y no siempre terminaramos.