Pozos
Admitamos que éramos impotentes, que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables.
Alguna vez me dijeron que para acabar con los vicios, hay que conocerlos. Y para conocerlos hay que experimentarlos. El problema es que algunos espíritus son más débiles que otros. Las pasiones dominan el pensamiento, la virtud se vuelve una carencia, inexistente, y la vida, aún cuando no al extremo del fanatismo, se vuelve ingobernable.
En algunas ocaciones por consecuencia de la genética propia, en otra por las decisiones personales. Pero siempre un común denominador, uno mismo. Al final del camino, la impotencia a esos vicios, nos hace vivir en un estado de angustia.
Un poder supremo puede devolvernos al sano juicio.
Decidamos poner nuestra voluntad y vidas al cuidado de ese ser supremo.
Históricamente la gente ha tenido diferente nombres para denominar „un poder supremo“. Algunos son atéos, otros herejes. Algunos creen en Buda, Dios, Alá, el hada de los dientes, pero al final del camino, es una fuerza superior a nosotros.
Aún cuando el concepto en sí de poner el sano juicio en ese poder supremo parece absurdo, pues no podemos cincelar mas que nosotros mismos esa piedra llena de imperfecciones, sí es algo conocido que debemos entregarnos a la virtud.
La virtud es la fuerza que se hace para dominar nuestras pasiones. Sin ésta, florece el vicio. Pues el vicio no es otra cosa más que el hábito de contentar las pasiones, hábito que pervierte los instintos y trae la desesperación si no se satisfacen.
Durante mucho tiempo, la vida lleva por caminos donde las pasiones son incentivadas, el vicio fomentado. El pensamiento se somete a la desesperación de satisfacerlas, trayendo angustia al propio y al que lo rodea.
Sin miedo, hicimos un minucioso inventario moral de nosotros mismos.
Con qué moral se puede promover el bien y la virtud, si lo hace un cuerpo corrupt y corrompido. Cómo puede un acto de bondad o caridad ser honesto, cuando la moral propia es inexistente o tan vaga que se pierde en la oscuridad de las pasiones. Qué beneficio puede traer al prójimo engañar y envilecer las palabras propias si vienen cubiertas de hiel, o son tan fátuas como luces lejanas de algún pueblo moribundo donde alguna vez reino el bien moral.
Admitamos ante Dios, nosotros mismos, y ante otro ser humano la naturaleza exacta de nuestros defectos.
Sin temor a equivocarme contemplo en mí, un gran defecto que aqueja a varias personas, la bebida. Entre otros vicios o pasiones igual de funestas, pero que son controlables gracias a la tolerancia propia de mis defectos, así como lo es con mis prójimos.
Sin embargo la bebida, desobedeciendo augusto mandamiento „Evitad los excesos“, recae como sombra en las personas, invistiéndolas de seguridad y falso poder. Otorgándoles así lengua larga y corto pensamiento. En algunas ocaciones provocando el daño, a veces a corto otras a largo plazo, físico, mental o de alguna índole similar que pueden o no ser permanente. Sin embargo la angustía del ser que profana el templo de la tranquilidad del prójimo, así como la del ser que es profanado, es de proporciones descomunales.
Y al final, quién sino la persona puede definir sus propios defectos y admitirlos.
Estuvimos dispuestos a dejar que Dios nos liberase de nuestros defectos.
Humildemente le pedimos que nos liberase de éstos.
Como se dijo anteriormente, los defectos propios solo con el estudio, la dedicación, el trabajo pueden ser superados por la virtud, jamás eliminados.
Hicimos una lista de las personas a quienes habíamos ofendido y estuvimos dispuestos a reparar el daño que causamos.
Reparamos directamente a cuantos nos fue posible el daño causado, excepto cuando hacerlo prejuicia para ellos o para otros.
La lista no es infinita. Las personas que deban saber sabrán. Las personas que quieran saber sabrán. Sin embargo las personas correspondientes les haré saber.
Continuamos haciendo nuestro inventario personal y cuando nos equivocábamos lo admitíamos inmediatamente.
Buscar a través de la oración y la meditación mejorar el contacto consciente con Dios, que nos dejase conocer su voluntad para con nosotros y nos diese la fuerza para cumplirla.
Obtenido un despertar espiritual, tratamos de llevar el mensaje a los alcohólicos y practicar estos principios en todos nuestros asuntos.
Éstos pasos, conocidos por muchos, acatados por pocos, no ocultan en sí ninguna otra cosa que la verdad de la moral, la práctica de la virtud, y el derribamiento de las murallas de los vicios, como se dijo antes, construidas y elevadas por las pasiones.
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Es curioso, que hace un año (16 de Enero) me encontraba en ésta misma situación. En ésta misma filosofía. Mis pensamientos y virtud luchando contra las palabras de mi madre: „Eres un alcohólico“. Las palabras de mi padre retumbando en el eco de mi mente: „No estoy de acuerdo con tu forma de beber“.
Recordando aquella historia de los simios, nos hace pensar como en un colegio rodeado de bebedores, éste simio al dejarlo, continuó con las prácticas de evitar alcanzar la banana. Había sido acondicionado a romantizar la bebida, a añorar la pérdida de memoria para ocultar algún trauma oculto ajeno aún a mi consciente.
Es irónico, que en ese entonces (hace un año) pensaba que vivía en una depresión que intentaba ahogar con alcohol. Una de mis metas era ir a un psicólogo, gracioso que no lo logré (casi la única cosa que no hice del ultimatum), para definir cuáles eran esas sombras que me aquejan y superarlas.
Como bien dije, y como bien pude semi cumplir, el 6 de febrero dejé de beber. Para la sorpresa de muchos y la burla de otros. Mis padres fueron los primeros en ser excépticos, en especial mi madre. A veces creo que en ocaciones con un tono de zorna.
Consideré alrededor de Julio (como 6 meses después) que la desintoxicación estaba hecha. Que podía moderar la bebida, que podíamos vivir en razonable armonía. En casi todas las ocaciones transcurrió todo de manera bella, a veces una copa en la noche, a veces una chela en la tarde. En algunas ocaciones salida con los amigos, en otras una salida solo.
Al final del camino, mi madre tuvo razón. Soy un alcohólico, y lo controlable de la bebida se volvió descontrolable. Siendo la cúspide de ésta desgracia el míercoles de ésta semana (16 de Enero, curioso, para conmemorar mi Ultimatum), cuando por razones etílicas fui detenido y casi llevado a delegación. Haciendo estándarte de mis más viejas prácticas de intolerancia, burla, molestia social, angustia a mi madre, y potencial peligro para todo aquél que me rodeaba en ese instante.
Algo tan sencillo como „Ya no gracias“, se vuelven palabras lejanas de la mente. Algo tan sencillo como „Pido un taxi“ se vuelve una complejidad gracias a la angustia provocada de „Se queda tu carro en la calle y se lo pueden llevar“. Una sinsazón de situaciones donde al final del camino, todo termina en tragedia.
Afortunadamente las tragedias en algunas ocaciones son solo preventivas y no correctivas. En nosotros está tomar la primera para evitar las segundas.
Debido a éstas dos razones (mi realidad y las tragedias), considero que es imperativo por salud mental personal y de mi prójimo, que se refuercen las promesas, pero en ésta ocación se eleven.
No sirve un cuerpo sano si no puede vencer los vicios, no sirve una inteligencia si no se tiene una mente que haga uso de ella, no sirve de nada gozar de salud si se le ha privado a otros de ésta.
Hace un año creí que podría controlar mi forma de beber, hoy me doy cuenta que no es así. Hace un año era optimista que mi espíritu podría gobernar las pasiones de la bebida, hoy admito que no.
Por ésta razón refuerzo mi promesa, y a partir del 4 de Febrero dejaré nuevamente la bebida, pero para mal del romanticismo Bukowskiano, al menos un año. Hasta el próximo enero, que estemos sentados y nos preguntemos:
„Es nuestro espíritu lo suficientemente fuerte para comprender la moralidad de las virtudes y poder así controlar tus pasiones, evitando el exceso y cayendo en el vicio?“
Tal vez descubramos que somos alcohólicos y necesitamos ayuda, o tal vez descubramos que nuestra fortaleza mental y espiritual nos ha hecho evitar la necesidad de la bebida, matando así el romanticismo que hemos impregnado en ella, o tal vez descubramos que nuestro espíritu se ha fortalecido y está apto y es capaz de controlar sus pasiones.
Quién sabe qué depare el destino, eso nadie lo sabe. Sin embargo, es un buen ejercicio de voluntad, un camino interesante, con piedras diferentes, con curvas desconocidas, que al final lo único que provocan no es mas que conocimiento personal, entendimiento del prójimo y sabiduría personal.