Isaías
Abrid las puertas, y entrará la gente justa, guardadora de verdades.
Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado.
Isaías 26:2-3
Hace no mucho, que estaba en depresión, escribí acerca de las despedidas. E incluso – en ese momento – me sentía tan perdido en mi brújula interna, que escribí una carta de despedida a una persona que valoro mucho. Al principio no lo entendió así, pero cuando lo expliqué, pues se enojó. En fin. Si bien es lógico, la causa de dicha misiva era simple. Me encontraba perdido y prefería abandonar todo que ser el culpable del declive. Eventualmente uno, como con Sartre, se da cuenta que la misma inacción conlleva a un declive de las cosas.
A veces siento que las personas no comprenden mis pensamientos/sentimientos por mi hermetismo, y otras que simplemente no debería de vivir yo con ellas. El ascetismo social. Eventualmente siempre creo que las lastimo. Pero al final del día lo más importante para mi, es que prefiero vivir solo, que preocuparme por entender, comprender, evaluar, etc a los demás. Siempre es un conflicto intentar entender y complacer al otro. Si sus palabras son sinceras o hipocresía, si pretenden algo o no, si a la acción le precede una idea pensada, si está feliz o enojado, etc etc.
Pero el versículo de hoy (todos los días hay uno nuevo a leer) me causó felicidad porque se concatena con
Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.
Mateo 7:7
Yendo en orden histórico, Isaías es antes que Mateo. O sea que la interpretación – propia – básica sería algo así como:
Uno es un Templo – como dice 1 Corintios 3:16 – y debe abrir las puertas para que otros entren. Esos otros son la gente justa. Al decir guardadora de verdades, pues no hace referencia a otra cosa más que a la honestidad, es decir, a que personas honestas, justas, buenas entren en uno. En el corazón, en el Templo propio.
Pero Mateo, a pesar de ser Isaías el profeta apocalíptico, lo dice de manera puntual „llamad, y se os abrirá“, es decir, no ser el Templo completamente abierto donde los mercaderes puedan sentarse a prostituir la buena voluntad. Sino en verdad dejar entrar solo al que busca, al que pide.
Y una vez que los justos han entrado, uno debe de guardar en completa paz el pensamiento de dicha persona, pues ha confiado en uno.
Este último punto siempre es el complicado, estar a la altura de las expectativas del otro. Cuantas veces fallamos. Cuantas veces se espera algo de uno. Y cuantas veces quedamos a deber…
Por eso, solo en la soledad, es la única manera de no defraudar a nadie. Y simplemente rendir tributo y veneración a todo aquél que toco y se le abrió y vino a traer paz, amor y prosperidad al corazón.