Brim III

No recuerdo como empecé a amarla. Solo sabía que lo hacía. Quien es ella tampoco lo recuerdo. Ha pasado tanto tiempo, que lo he olvidado. O al menos es intento, procuro olvidarla, procuro no llamarla, procuro no recordar su indómita belleza. Solo recuerdo como terminó. O más bien como terminé. Primero, si me lo permiten, me presentaré. Sabía cuán monstruoso era yo. Decían que era yo un alberije, aunque nunca entendí el verdadero sentido de estas palabras. Lo que sí sabía, es que era abominable. De noche parecía una horrible serpiente, de enormes escamas, oscuras como la noche, un color horrible, como si el mismísimo infierno hubiera vomitado su odio sobre mí.
Y de día un hermoso tigre, de terso pelaje, blanco, cubriendo mi cuerpo totalmente. Mis ojos azules podían ver el infinito. No tenía límites mi belleza de día. Los dioses habían sido grandes al crearme con tanta bondad.

¿Cómo sabía como era? Cada noche me escabullía al bosque, a ocultar mi fealdad de Brim.
¿Quién es Brim? Pues ella, ¿Quién más podría ser? Si había olvidado mi propio nombre por recordar el de ella. Y era ahí, en aquel lago de verdad, en aquel oscuro lugar de pesadumbre, donde había descubierto entre una espesa niebla de desdicha mí fatídico destino, tigre de día, serpiente de noche.
Pero después de tan breve presentación, para que conozcan y escuchen así a éste ser de inmortal aflicción, continuaré en donde me qudé. ¿O debí de haber comenzado al revés? Ya no sé que sentido tendría una u otra cosa, más que prolongar una tragedia inexpugnable. Así que ahí estabamos, ella frente a mí, y yo sentado viendo al cielo, rezando a los dioses por su bendición.

¡Es que no puedo vivir en tu ausencia!” – exclamé – “Verte es una delicia a mis sentidos, tu tersa piel como melocotón. Tus ojos oscuros, juntos, como si estuvieramos tú y yo solos bajo la noche. Tus cabellos oscuros, abrazando tus hombros, recargados sobre tí, descansando sus pesares. Tú distancia me quita el aliento. No sabes lo que es vivir en tu ausencia. Cuando estás conmigo, mis coros interiores retumban las paredes de mis pensamientos hasta derrumbarlos. Tus recuerdos se liberan de funesta prisión que los enmarca. Renacen libres para adorarte, zurcan los cielos alrededor de tí idolatrandote. Mi corazón alimenta mis venas con tu nombre. Mi cuerpo es una vasija de mares de sentimientos, para que florezca tu beldad, y así tu imágen sea conservada en los anales de la belleza.”
No había concluido mi discurso, cuando una brisa recorrió mi cuerpo. Jugó como dedos entre su cabello, yo solo deseando fueran los mios. Acarició su cara con delicadeza y la beso, yo solo esperando a que alguna vez fuesen esos mis labios.
Comenzó a llorar, intenté pensar un momento. Había procurado cuidar que mis palabras vinieran de mi corazón. ¿O habría mi serpiente de haberme engañado?, ¿era mi serpiente la que hablaba?.
No supe que pensar o decir. Mi inhóspito corazón se inundaba de pesadumbre.

Aún con copiosas lágrimas bañando sus ojos de melancolía, ella se levantó. Secó sus lágrimas con el pañuelo del desprecio y así emprendió la retirada. Como general que ha perdido todas sus tropas. Sin decir una sola palabra, se alejó. Los ecos de sus pisadas sonaban en lo vacío de mis pensamientos, como la marcha de mil soldados.
Conforme ella se alejaba, el sol la acompañaba a paso firme. Sabía yo de que era hora. De alejarme a mi prisión, mi prisión que era su salvación de verme, mi regalo eterno para ella.

No podía esperar a que el sol saliera a saludarme con sus rayos de liberación. Nunca dormía yo, siempre pensnado en ella. Los funestos rayos del sol anunciaban con sus trompetas un nuevo día, una nueva oportunidad. Como cazador que persigue a su presa, comencé con la cacería. A lo mejor mi parte tigre serviria de algo para buscarla, para rastrearla. Olfateando su perfume, percibiendo su rastro emprendí la busqueda. Ya era medio día cuando la encontre. Ella oculta en esos lúgubres lugares de oscuridad. Esos lugares matizados de café, con su escudo verde, oculto tras la protección de esas mpiticas criaturas que los humanos llaman sirenas, pero para mi eran criaturas cuya voz helaba los corazones.

Con temor y recelo aguardé como agazapada fiera, hasta que la presa estuviera sola. Y de un mortal salto, llegué a ella. Atónita intento decir algo, pero sus labios sucumbieron ante el silencio. Volví a comenzar con mi discuros, siempre incesante mi voluntad. Ella ni se inmutaba, mis palabras la cruzaban como si ella no existiera, o como si mis palabras fueran afiladas cuchillas que cruzaban su pensamiento, cuchillas de ponzoña bañadas con el veneno de mis sentimientos, fraguadas en lso fátuos fuegos de la desesperación.
La desesperanza consumía mis sentidos, mis palabras nacían en mi corazón para viajar y morir en mi boca, sofocadas por sus ojos que las asfixiaban como manos sobre sus diminutas bocas, callándolas. Deseando no escuchar jamás, lo que su corazón sabía iba a decir.

Su indiferencia era más extensa que los siete mares. Al igual que la última vez, sin decir nada se levantó y susurró al viento: “Adios amor” .
Sin voltear atrás camino nuevamente, el ciclo se repetía. Con la cabeza baja retornaba a mi guarida. A cada paso, mi corazón se achicaba. Temiendo que desapareciera, apreté el paso. Me daba cuenta como la gente a mi paso me ignoraba. Llegué a mi destino para como cada noche, volverme aquél ser invisible.

¿Invisible dije a caso?. Era cierto, ya como piedra continuaba pensando. Entonces como golpe vinieron a mi todos esos recuerdos de aquellos dias. Primero vino el dia en que lloró, tan sólo habia sido el aire en sus ojos. Y aqu´el “amor” que suspiró, ahora recordaba con claridad como guardaba su celular en el bolso después de aquel susurro. Había sido invisible para ella como para la gente, y me había acostumbrado a no existir, a ser un fantasma.
La zozobra invadía mi corazón. Todo era inevitable, la impotencia por ser piedra inundaba mi pensamiento de desesperación.
Mi tristeza y tragedia eran tan grandes, que una lágrima nació en seca, muerta, y recorrió con gran disimulo y nostalgia mi mejilla. El corazón de éste alebrije, convertido en gárgola, se había secado.

Desde ese momento moré en aquel “bosque” , que para los humanos era un parque, mirando siempre a aquella casa, cuidándola. Y cada mañana ella se maravillaba de aquella estatua cuando se asomaba por la ventana, tigre de día y víbora parecía bajo las sombras de aquel manto espeso que la cobijaba de la intempestad de la tristeza, siempre cuidandola. Guardando eternamente en aquella cárcel de piedra su amor por ella. Al fin habia conseguido mi cometido, que ella me mirara. Cada tarde iba ella y sentandoze en el parque, admiraba mi belleza de tigre y serpiente.

Y yo… sólo viéndola…