Apariencias que se deshacen ante la contemplación
¿Qué somos cuando soñamos que no somos lo que somos?
¿Dónde comienza el ser y dónde las apariencias?
¿Qué es el amor sino un baile de apariencias, un desfile de pretenciones, una danza barroca de sentimientos ocultos?
¿Qué somos entonces cuando somos?
¿Somos lo que la gente pretende de nosotros?
¿Somos lo que uno pretende que la gente pretenda de nosotros?
Si somos puras pretenciones, ¿cuándo comenzamos a creerlas como verdaderas?
Un sueño es tan solo la apariencia fugaz de felicidad en una situacion tan hipotética, tan mágica, que no queda más que admitir que es un sueño. ¿Cómo podría no ser un sueño si es tan perfecto?
¿A caso podrían ser los sueños un diálogo con *Dios*? Si solo *Dios* es perfecto, un sueño sería solo una parada temporal en su jardín.
¿Pero que hay del amor? ¿Qué con él? ¿Dónde radican las apariencias y donde las vivencias? ¿Dónde están los sentimientos, dónde las personas y dónde la realidad?
El amor, de la manera más simplista, es la unión entre dos seres que dicen quererse (apariencias) y que de tanto contemplarse, se aburren (deshacen). Bien decía Antoine de Saint Exupéry que el amor no es mirarse el uno al otro, sino mirar ambos en la misma dirección. ¿Pero cuántos amores son cegados antes de saber qué dirección es la que quieren?
¡Amores falaces! Como una rosa de plastico. ¡Amores ignotos! Como una América de Ibargüengoitia. Donde todo es una burla. Siempre tan preocupados por las apariencias que olvidamos que con el tiempo se desvanecen. Quedando desnudos ante los demás.
*Alta tasa de divorcios*, culpemos a la televisión, el libertinaje, la falta de valores y moral. Andiamo! con las acusaciones. El proceso de indirectas e interpretaciones prevalece, el ciclo de encuentro y flirteo prevalece. Solo hemos perdido la capacidad de contemplar lo que hay debajo de las palabras, considerar a las personas como opción, apreciar lo que tenemos o podemos tener con esa persona, y que una mirada sagaz elimine las apariencias banales.
—–
*¿Y qué con eso?* – preguntó ella con su cara de aburrimiento mientras bebía un sorbo de su copa. Sus labios rojos, bañados con la sangre de las heridas que me provocaban sus preguntas. Recorriendo sus labios, disfrutando cada gota de vino y sangre con su lengua, incitándome, seduciéndome a responder su pregunta y herir más mi pensamiento.
*Pues… Es… Lo que opino de las relaciones. Tú.. Ehhh… Tú preguntaste si me gustabas* – respondí entre titubeos mientras mis manos nerviosas jugaban con el tenedor, encajándolo en mis dedos. Con suerte lograba trinchar uno y comérmelo, al menos tendría un pretexto para no responderle más.
*¿Y tenías que hablar tanto?* – respondió
*Lo siento* – murmuré
Transcurrieron unos minutos de silencio, mientras el mesero rellenaba las copas. A un lado de la mesa pasó un compañero de la escuela.
*¡Der Ketzer! ¿Como estás? Hace mucho que no sabía de tí. Te desapareciste, cel, msn, facebook, nada. ¿Cómo te va?*.
Levantándome de mi lugar saludé con gusto mientras intentaba sonreir.
*Te presento a Brim* – dije mientras la señalaba. Irguiéndose ella de su lugar, con una sonrisa.
Platicamos un par de minutos yo abrazado de ella, de nuestra vida, el trabajo, intenciones de futuro, etc. Con una sonrisa de oreja a oreja. Nos despedimos y nos volvimos a sentar, cada gallo en su rincón.
*Apariencias* – pensé, mientras volteaba a ver a los demás comensales. Unos riendo, otros en silencio, unos haciendo negocios, otros recordando viejos tiempos con los amigos.
*¿Cuántos tendrán problemas en casa?* – pensé – *O ¿cuántos no son felices con su vida, su trabajo, su pareja? Y aún así están aquí*.
Su coraje había disminuido ya. Tomó mi mano y sonrió. – *Lo siento, he estado estresada y a veces… Lo siento…* – dijo mientras besaba mi boca. Sus labios no sabían a sangre o a hiel. Eran dulces como la primera vez que la conocí.
Continuamos platicando por horas de nosotros, disimulando los problemas, ignorando a la gente. Momenos mágicos que compartía con ella. Hoy discutiendo de Sartre, mañana platicando de Kierkegaard. Un día burlándonos del cine mexicano, otro durmiéndonos con el de *arte*.
Rompíamos gustos para pertenecer a nuestro propio género, habíamos contemplado la vida juntos tantas veces que en ocaciones sentíamos que nos desvaneciamos de este mundo, el uno en el otro. Tan solo aparentabamos existir para el mundo, para la gente, para los conocidos que aún nos recordaban. Aparentando felicidad y tristeza, dolor y sufrimiento para complacer a la vida.
No teníamos que buscar nada o hallar ningún camino. Ya nos habíamos encontrado, el camino eramos nosotros.
Me quedé contemplando su hermosura, primero parecieron segundos, luego minutos. Sintiendo correr las manecillas, alejándose una de la otra, como yo persiguiéndola a ella en mi pensamiento.
La pantalla frente a mi comenzó a lastimarme los ojos con su hoja de Word en blanco, vacía. Se había desvanecido todo a mi alrededor. Solo nuevamente, en mi casa, viendo una historia marchita, intentando adivinar que escribir.
*¿Y cuándo omitirás las apariencias y la invitarás a salir?* fue lo único que logré golpear sobre el teclado.
*Cuando esté seguro que saldría conmigo* vociferé a la pantalla mientras la cerraba de un golpe. Alejándome de ahí rumbo al refrigerador, a buscar una cerveza. Si no la iba a poder olvidar, al menos bebería por ella.